domingo, 24 de abril de 2016

ESCOMBROS DE TIEMPO

El barco había encallado. Hacía meses que no tocaba tierra.

El capitán, Rumbo, había muerto en la tormenta. Los demás estaban desaparecidos.

Intento recordar cómo fue el día en que pasé a formar parte de esta extraña tripulación. Nevaba. La cubierta olía a tierra mojada, cerveza, aventura. Por la noche, mientras cada uno contaba su historia a la luz de un candil, ya me había hecho al suave balanceo de las aguas.

La tierra firme no te acuna.

En aquel tiempo me había preguntado muchas veces cómo sería la despedida. En qué puerto acabaría cada uno. Nada, salvo el mar, la huida y la sed de sueños nos unía. Pero jamás imaginé que fuera a ser de esta manera. Nunca me dio por pensar que nosotros no seríamos quiénes decidiríamos el momento en el que decir adiós. De hecho, no habíamos dicho adiós, ni saboreado un beso de despedida, ni olido un último abrazo minutero, ni masticado con calma el último amanecer para guardarlo en el estómago y engañar a las náuseas de volver a pisar un suelo estático.

¿Cómo se digieren las palabras no dichas?

Estoy en una playa de cualquier parte, repleta de astillas de preguntas, y de preguntas astilladas. Viendo cómo las olas revuelcan y arrastran hasta lo profundo la mitad del letrero del barco, mientras que la otra mitad consigue mecerse entre mantas de espuma y recostarse en esta tierra firme que a mí no me dice nada. Un nombre partido que jamás volverá a unirse.

También me he partido. Me he desprendido de algo que ha ido a parar a otra parte. No hay nadie, ya no necesito mi nombre. Todo está en calma, como aquel día de nieve, como si éste también fuera el primer día de algo nuevo.

Este barco medio hundido son mis piedras. Quiero decir que es como si todos los días arrastrásemos una piedra de tiempo, dejándola justo detrás de nosotros, formando un muro. Al otro lado está el pasado, y no hay quien salte esa frontera.

Siento cómo los escombros de lo que ya fue se alejan hacia un horizonte que nunca encontré tan inmenso.

Recorro la orilla con mis ojos. Entonces caminando hacia mí distingo una figura.

Respiro hondo, la calma del lugar me envuelve.

Y así, mecida sobre un suelo que ahora parece acunarme, observo cómo Rumbo se acerca sonriendo.