miércoles, 24 de enero de 2018

DESNUDARSE

Yo tenía unos nudos en mi cabeza.  Ya no se pueden deshacer. Yo misma fui quien decidió dejar crecer las raíces de enredos que nunca estuvieron bajo tierra.

Todo empezó en una calle de Cracovia, vestida de colores y una naríz de payaso.

Perdiendo el miedo a cambio de un puñado de eslotis. Hasta que alguien con uniforme nos dijo que si no queríamos líos, nos fuéramos de allí. Pero un lío era precisamente lo que yo trataba de tejer.

El siguiente nudo no tardó en llegar, casi no lo recuerdo, quizá lo tenga que inventar.

Juraría que fue en un camping francés con estrellas en el techo, después de un charla intensa con un tipo holandés, que decidió aparcar la caravana y decir adiós en un lugar que sigo sin comprender.

Las raíces crecieron.

Siguieron enredándose.

Viajé a Marruecos.

Y en el comienzo de la vuelta, antes de que el autobús se averiara en la hora novena, otro nudo apareció.

Ya sólo quedaba una raíz. Vino una tarde cualquiera en el salón de un piso de Madrid, con un hilo azul que contra todo pronóstico siguió estando ahí. Como todo lo que sin venir a cuento sucede, porque tiene que suceder, aunque a veces tire de nosotros y duela.

Pero los enredos no son para siempre, por muy fuerte que sople el viento.

Ya era hora de podarse y quitarse peso.

Aunque fuera insignificante.

¿Puede algo insignificante estar cargado de significado?

El primer corte fue por la mañana, sin pensar demasiado, en un apartamento cochambroso de un barrio al sur de Bucarest.

El segundo con un cuchillo, una noche buena en Estambul, y al acostarme y apoyar la cabeza en la almohada recordé la noche en el desierto, las dunas, el silencio. Y hasta creo que mastiqué un poco de arena y un escalofrío me arropó por un momento.

El mundo no para, aunque a veces se nos frene la vida. Pero yo volé sobre las nubes antes de aterrizar en Grecia, y la hora de salida fue la de la bienvenida en Atenas. Y allá arriba, sosteniendo el nudo que ahora estaba en mis manos rompí a llorar. 

No puedo explicarte por qué.

En ese espacio de no-tiempo pude ver un leve resplandor de las estrellas que no conté, en aquel camping no muy lejos de Montpellier.

El año iba a acabar, había que quemar el pronóstico de los propósitos y podar la última raíz, que en realidad fue la primera.

Intenté hacerlo yo misma, pero no siempre es fácil deshacer los nudos sola. A veces hay que buscar unas manos que te guíen, unas palabras alentadoras, unos ojos que sin pestañear te digan “venga, pódate”.

Sonaron las campanas, comimos uvas inventadas.

Dos veces. 

Sacudí las alas.

Ya no me roza ningún enredo, no hay ásperas puntas de pelo en la cima de mi cuerpo, ni lianas con la que jugar, tapar el frío del cuello o poner un bigote falso, el moustache más largo que puedas encontrar.

Me despeino los recuerdos, me coso nuevos horizontes en la sombra como Peter Pan, desde el país donde nunca jamás había estado.

Salgo de la crisálida con más de catorce estados de ánimo, y alguna que otra lágrima.

Me quito el peso de los nudos que yo misma fui liando y se me anudan nuevas preguntas a las que todavía no puedo peinar respuestas.

Porque a lo mejor no es momento de hacerlo, si no de mandar al carajo el tiempo y des-nudarse.

Ilustración Henn Kim

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