domingo, 2 de abril de 2023

LIMBO

Anoche tuve uno de esos sueños extraños. Estábamos en un vertedero. Al fondo, entre dunas de basura, se veía el mar. 

Yo te seguía, porque quería alcanzar el azul y el sol.

Caminaba entre cáscaras de huevo, de mandarina, pañuelos usados, juguetes rotos, trapos de todos los colores, cortinas manchadas, círculos de plástico de esos en los que los pájaros y peces se quedan atrapados, electrodomésticos oxidados...

Cada vez costaba más alcanzar ese azul y ese sol. Íbamos casi descalzos. El suelo era de tierra y había polvo por todas partes.
 
Lo peor vino cuando me di cuenta de que entre todos los desperdicios había personas también. Había brazos que sobresalían de las montañas de zapatos con agujeros, cabezas que reposaban sobre cartones y cajas de fruta.
Y yo no podía entender qué hacíamos allí, quiénes eran esas personas.
Pero tenía que seguirte, no podía entretenerme, y empecé a sentir ese efecto de bola de nieve que poco a poco se empieza a hacer más grande. Y la basura se adhería a mis piernas a cada paso, y una lluvia de cables deshilachados, bordes de rebanadas de pan y carcasas de móviles arañadas empezaron a llover sobre mi. Hasta que ya no pude aguantar tanto peso, hasta que dejé de escuchar tus pasos que me guiaban, hasta que ya no pude ver ese azul ni ese sol y solo uno de mis brazos lleno de polvo consiguió quedarse fuera de la bola de basura.

Entonces me he despertado. Olía a limpio, no estaba ni ese azul ni ese sol pero se escuchaba el mar.

He ido a tirar la basura fuera, y cuando he abierto el contenedor y dejado caer la bolsa sobre esa montaña de bultos oscuros me he preguntado si alguien estaría allí, ¿sabes? Si somos realmente conscientes de todo de lo que nos desprendemos. 
Si cuando tiré ese tostador, que era más tuyo que mío, estaba tirando sin saberlo todos los desayunos con resaca, en pijama y sin peinar. Si el día que eché esa camisa de rayas al reciclado también estaba reciclando los cumpleaños en los que te la pusiste. Si cuando quemé el papel con tu dirección también chamusqué algo tuyo, no sé, tu brazo, tu mesita de noche, la yema de tus dedos o la primera vez que abriste la puerta del portal.
Y si de alguna forma yo también he ido a parar al contenedor de alguien sin saberlo.

Me he preguntado si alguien estaría allí, con el resto de cosas que tienen fecha de caducidad aunque nunca se sepa la fecha exacta.
Pero no se veía nada.

Así que he cerrado la tapa del contenedor y he vuelto a subir las escaleras, dudando de si todo esto, los escalones, las paredes manchadas, el sonido de mis pasos, son de verdad o si sigo estando en ese limbo al que a veces tratamos de aferrarnos y del que otras veces sólo queremos escapar.

Abro la puerta de casa y cuando estoy poniendo una nueva bolsa de plástico en el cubo no soy capaz de recordar qué había en la anterior.

¿Qué era todo eso? ¿He separado el cartón? ¿Qué fue lo último que tiré?

Y sabiendo que es absurdo, y que qué más da, bajo corriendo las escaleras y abro la tapa del contenedor.
Y aunque el hedor persista allí no hay nada, tan solo un rectángulo de oscuridad, una pantalla de cine apagada.

Quizás esto es lo que pasa con la basura. Quizás todo lo que olvidamos acaba en una bolsa con el resto de desperdicios y todo de lo que nos despojamos va a parar a un desierto de trastos y recuerdos varados cerca de algún mar, con ese azul y ese sol en un horizonte que nunca alcazarán.
Porque ya estuvieron allí.
Porque es de donde vienen.

                                                                      Natasha Chomko



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