jueves, 18 de abril de 2024

ESTO VA DE LLAMAS Y CLAVOS

No tenían llaves ese día. Subieron por la escaleras de incendios y Patti agradeció tener esa ventana rota que siempre había maldecido.

- Bob, ¿qué quieres que te diga? No hay cena pero hay whiskey y vinilos.-

Así que pusieron a Janis Joplin y Me and Bobby McGee empezó a sonar. Desenroscaron la botella y a los tres minutos de canción ya todo les daba un poco más igual, no tener un sitio más decente donde vivir, o un trabajo que les consumía los sueños, o la resaca que arrastraban del día anterior.

-Todo está en llamas baby- dijo Bob.

- Desde luego. - Respondió Patti. Y encendió un cigarro.

No faltó mucho tiempo para que volvieran a estar borrachos. Descalzos, bailando cada uno en su propia nube, ni siquiera se hablaban o miraban. Era una de esas veces en las que las palabras podrían estropearlo todo, que daba igual no mirarse a los ojos, sabiendo que cada uno estaba disipándose en su propio mundo pero que ambos permanecían en el mismo espacio. Dos llamas aisladas compartiendo el mismo incendio.

Fue en uno de esos giros sobre sí misma que a Patti le gustaba hacer mientras bailaba, cuando notó algo extraño en la pared.

¿Sabes ese tipo de manchas de aceite de colores que se quedan en el asfalto y que parecen una constelación?

Algo así.

Patti se acercó un poco más y cuando su dedo índice estaba apunto de tocar la pared estelar, una ráfaga de aire la impulsó y dejó caer al otro lado.

Apareció en una playa con un cielo oscuro. En la arena, cientos de hogueras. Algunas parecían haberse apagado hacía poco, su humo y alguna ceniza brillante se podía ver en el aire. Otras eran altas como los autobuses de dos plantas, y el calor llegaba a metros de distancia.

Además de las hogueras, había varias personas que deambulaban por allí. Patti no entendía nada.

-¿Qué es esto? ¿Qué hacemos aquí?

- Mira esta-. Dijo un tipo. - No se entera de nada-. 

Algunas personas parecían estar perdidas como ella, o daban vueltas alrededor de las cenizas, o se marchaban de la playa. Otras hablaban entre ellas y a Patti le llegaban sólo diálogos aislados:


"- Un clavo saca otro clavo.

- Tío yo lo he intentado, pero he acabado con las manos deshoyadas, las ganas oxidadas y quemaduras de tercer grado entre los dedos. ¿Y tú sabes cuánto duele eso al estirar?

¿Las manos o el tiempo?"


"- Sopla, sopla, que así aviva otra vez."


"- ¡Que me quemo!

- Es que te acercas demasiado."


"- Yo le echo agua, pero no puedo apagarla.

- Pon tierra, por el medio, nunca falla."


Aturdida con tantas voces, Patti se apartó y casi corriendo se acercó al mar. 

Ya en la orilla, algo le pinchó los pies. Vio entre las espuma, un montón de clavos de todos los tamaños que se quedaban amontonados entre las algas y la arena.

Esto va de llamas y clavos. Dijo para sí.

- Sí.-  Dijo un señor que estaba a su lado. 

Tenía cicatrices por todo el cuerpo y en la cara. Parecía que le hubieran lanzado a una piscina de zarzas. Su piel estaba llena de arañazos y quemaduras.

Él miró a Patti, y ella apartó la mirada. 

- ¿Por qué has venido esta vez? -.Preguntó el señor.

-¿Yo? No lo sé. No sé qué hago aquí la verdad.-

- Uno viene aquí por sus clavos o por sus llamas. Al principio o al final.

- Ah-.  Dijo Patti, sin llegar a entender del todo. 

- Entonces supongo que es el principio, porque nunca había estado aquí.-

-¿Ah no? ...Quizás no te acuerdas.-

Patti miró a su alrededor, pero nada de aquello le sonaba.

¿Cómo puedo saber si estoy aquí por mis clavos o mis llamas?

- Eso sólo lo sabes tú. A veces los clavos salvan y las llamas te consumen. Otras veces las llamas te dan calor y los clavos, valga la redundancia, se clavan, ¿o es que no has visto a la gente por ahí?

¿Y no pueden ser las dos cosas a la vez?-. 

El señor miró a Patti.

- A lo mejor aún no se ha inventado, lo de juntar las llamas con los clavos. Si lo descubres, házmelo saber.- Dijo el señor mientras se apartaba.

- Ah, ¿pero te marchas?

- Sí. Ya me he quitado el clavo, ¿lo ves?

Patti se acercó y vio un clavo de unos tres centímetros rodando en la palma de la mano del señor.

- Estaba muy profundo, pero se ha aflojado hablando contigo.-

El señor lo lanzó al agua y se fue caminando.

Patti se tumbó en la arena y cerró los ojos.

Cuando los abrió era de día, le dolía la cabeza y la boca le sabía a hierro y a sal. Estaba en su apartamento, la ventana rota dejaba pasar la lluvia.

Bob ya no estaba, en su lado del colchón, cenizas y carbón.

En su cajón, un manojo de clavos.

Patti se levantó. Puso el vinilo, Me and Bobby McGee empezó a sonar.

Y dijo para sí: “Hoy arreglo esta ventana”.


miércoles, 13 de marzo de 2024

RELOJES WATERPROOF

Qué más da que no recuerdes mi nombre, o que lo ensucies, o lo tires al río.

Qué más da que digan en las noticias que la tasa de paro ha bajado en verano.

Qué más da que no sepas nada de lo que está pasando, aquí adentro, allá afuera.

Qué más da que nunca llegues a entender todo lo que te estoy contando.

O que hoy hagan obra los vecinos, o el autobús se retrase, o alguien por teléfono a mi lado diga que le duele pero que no sabe dónde.

Qué más da que no volvamos a encontrarnos.

Qué más da este paso de cebra, aquel café, o la salida de emergencia.

Que no sepas lo absurdos que son tus movimientos cuando te gusta algo, que no te des cuenta de que alguien se ha embobado mirándote haciendo nada, o que tu nombre lo está relamiendo otra persona,  porque tu nombre es lo único que sabe de ti.

Qué más da si las canciones que te gustan son de grupos que ya no existen.

Qué más dan los días y las tardes.

Tus arrugas, tus lunares, 

tus baches, caídas y vuelos.

Qué más dan las piedras.

Si respiras sin darte cuenta.

Si recuerdas mi nombre, lo limpias, o lo rescatas de un río.

Qué más dan los minutos,

esta lluvia,

las puertas, las llaves, los cerrojos.

Si cuando cerremos los ojos,

todos seremos relojes rotos.

domingo, 2 de abril de 2023

LIMBO

Anoche tuve uno de esos sueños extraños. Estábamos en un vertedero. Al fondo, entre dunas de basura, se veía el mar. 

Yo te seguía, porque quería alcanzar el azul y el sol.

Caminaba entre cáscaras de huevo, de mandarina, pañuelos usados, juguetes rotos, trapos de todos los colores, cortinas manchadas, círculos de plástico de esos en los que los pájaros y peces se quedan atrapados, electrodomésticos oxidados...

Cada vez costaba más alcanzar ese azul y ese sol. Íbamos casi descalzos. El suelo era de tierra y había polvo por todas partes.
 
Lo peor vino cuando me di cuenta de que entre todos los desperdicios había personas también. Había brazos que sobresalían de las montañas de zapatos con agujeros, cabezas que reposaban sobre cartones y cajas de fruta.
Y yo no podía entender qué hacíamos allí, quiénes eran esas personas.
Pero tenía que seguirte, no podía entretenerme, y empecé a sentir ese efecto de bola de nieve que poco a poco se empieza a hacer más grande. Y la basura se adhería a mis piernas a cada paso, y una lluvia de cables deshilachados, bordes de rebanadas de pan y carcasas de móviles arañadas empezaron a llover sobre mi. Hasta que ya no pude aguantar tanto peso, hasta que dejé de escuchar tus pasos que me guiaban, hasta que ya no pude ver ese azul ni ese sol y solo uno de mis brazos lleno de polvo consiguió quedarse fuera de la bola de basura.

Entonces me he despertado. Olía a limpio, no estaba ni ese azul ni ese sol pero se escuchaba el mar.

He ido a tirar la basura fuera, y cuando he abierto el contenedor y dejado caer la bolsa sobre esa montaña de bultos oscuros me he preguntado si alguien estaría allí, ¿sabes? Si somos realmente conscientes de todo de lo que nos desprendemos. 
Si cuando tiré ese tostador, que era más tuyo que mío, estaba tirando sin saberlo todos los desayunos con resaca, en pijama y sin peinar. Si el día que eché esa camisa de rayas al reciclado también estaba reciclando los cumpleaños en los que te la pusiste. Si cuando quemé el papel con tu dirección también chamusqué algo tuyo, no sé, tu brazo, tu mesita de noche, la yema de tus dedos o la primera vez que abriste la puerta del portal.
Y si de alguna forma yo también he ido a parar al contenedor de alguien sin saberlo.

Me he preguntado si alguien estaría allí, con el resto de cosas que tienen fecha de caducidad aunque nunca se sepa la fecha exacta.
Pero no se veía nada.

Así que he cerrado la tapa del contenedor y he vuelto a subir las escaleras, dudando de si todo esto, los escalones, las paredes manchadas, el sonido de mis pasos, son de verdad o si sigo estando en ese limbo al que a veces tratamos de aferrarnos y del que otras veces sólo queremos escapar.

Abro la puerta de casa y cuando estoy poniendo una nueva bolsa de plástico en el cubo no soy capaz de recordar qué había en la anterior.

¿Qué era todo eso? ¿He separado el cartón? ¿Qué fue lo último que tiré?

Y sabiendo que es absurdo, y que qué más da, bajo corriendo las escaleras y abro la tapa del contenedor.
Y aunque el hedor persista allí no hay nada, tan solo un rectángulo de oscuridad, una pantalla de cine apagada.

Quizás esto es lo que pasa con la basura. Quizás todo lo que olvidamos acaba en una bolsa con el resto de desperdicios y todo de lo que nos despojamos va a parar a un desierto de trastos y recuerdos varados cerca de algún mar, con ese azul y ese sol en un horizonte que nunca alcazarán.
Porque ya estuvieron allí.
Porque es de donde vienen.

                                                                      Natasha Chomko



viernes, 22 de julio de 2022

LOS VIEJOS Y EL MAR

Este par de viejos viene mucho a esta playa. Probablemente desde que se conocieron.

Como si fueran parte de ella, como lo son las rocas de la orilla, las conchas o la caseta de los socorristas. 

Este par de viejos es peculiar. Les gusta fantasear y construir diálogos como si fueran el esqueleto de un poema. Así que sus conversaciones acaban siendo algo así:


- Para que no tengamos que echarnos de menos, vente cerquita, te hago un hueco.


- Hazte un ovillo en el hueco de mi espalda y enebra tus vértebras en mi espina dorsal.


- Hila tus brazos por debajo de los míos, anuda tus dedos con mis sentidos.


- Haz que se calme mi sistema nervioso.


- Que todas las pestañas que pierdo vayan a parar a tu ombligo, porque es sobre tu vientre donde me echo a dormir.


- Estira los pliegues de mi piel y besa ese rincón de epidermis olvidado.


- Di lo que tengas que decir a un centímetro de mis labios.


- Rúgele a mi estómago.


- Dales caminos que comer a mis pies y mi bastón.


- Tírame al agua.


- Chapotea en mis penas.


- Vuélvelo a decir de mil maneras.


- Besa mis párpados.


- Rasca mis omóplatos.


- Sopla los días que escuecen.


- Dime que te haga un hueco.


- Ya no puedo hacerte un hueco, todo está lleno.


- Completo.


Después se besan, o hacen una guerra de pulgares, o se quedan en silencio. Siempre mirando al sol marcharse.

Pero hoy es diferente. Porque hace poco se dieron cuenta de que ya no podían vivir solos, de que ha llegado el momento de mudarse a un hogar de esos donde meten a todos los viejos.

Porque vaya, resulta que son viejos.

Entonces, cuando el sol ya se ha marchado, se levantan, se agarran de la cintura y las manos y empiezan a dar pasitos a los lados, adelante y atrás.

Y uno de ellos dice:


"¿Sabes por qué me gusta que estemos en esta playa por la noche?

Te explico.

Me gusta que estemos en esta playa porque es pequeñita y las farolas están lejos, como luciérnagas.

Me gusta porque esta oscuridad deja ver las estrellas y ninguno de los dos está preoucpado en sacar el teléfono para hacer una foto. Porque no tenemos ni idea aún y sabemos que no saldrá bien.

Y así, tan de noche, tan tarde, con la convicción de que los teléfonos no sonarán ni saldrán de los bolsillos para tomar fotos, así es como siento que esto es real, esta es la porción de vida que más real siento.

El mar, su sonido, el olor a sal y tierra, el tacto áspero de las piedras bajo los pies, las nubes y las estrellas, el sabor húmedo de la brisa que reposa en nuestras caras.

Te digo, me gusta que estemos aquí mientras todo el mundo está dormido, porque es como si supiéramos algo que nadie más sabe, como si fuera un lugar secreto, un momento que ya no vuelve, un cometa que sólo hoy, pasa por la Tierra.

Ya sé que con el sol todo termina, y que no volveremos a esta playa, porque con la luz siempre será una playa distinta.

Ya sé que estamos aquí ahora, pero que después estaremos en otro lado, y todo habrá cambiado, y este momento no volverá a ser real, y la memoria atrofiará los recuerdos, y para ti las estrellas lucirán de una manera y para mí las olas sonarán de otra.

Pero esto, esta playa a oscuras, este AHORA no hay ni dios que nos lo quite.

Es nuestro.

Y se acaba, como se acaban las canciones.

Pero aquí estamos, bailando."


domingo, 24 de abril de 2022

BOTONES

 

Hace unos días iba caminando y descubrí que en el suelo había alcantarillas con forma de botones.
 
Irremediablemente, como si fuera un juego, las seguí hasta que llegué a unas escaleras que daban a un sótano con una puerta de color verde botella, donde en un letrero muy simple se podía leer "Botonería".

Como era de esperar, lo que allí encontré fueron botones.

Botones de todos los tipos y algunos que ni si quiera sabía que existían.

Las estanterías llegaban hasta el techo y en ellas había cajas con etiquetas.

Botones de cortinas, camisas, pantalones.

Botones de cohetes espaciales, puertas giratorias, ascensores.

La gente incluso hacía cola para llegar al mostrador. Una de las clientas hablaba por teléfono "No lo sé cariño, aún estoy esperando para recoger el botón del perro".

Pensé que había escuchado mal hasta que en una de las etiquetas de una caja con forma de hueso leí "Botones para perros".

Así que empecé a pensar que quizá todo esto de los botones era importante, e intenté averiguar mientras seguía leyendo etiquetas, en cuáles podrían ser necesarios.

Botón para contar. Quizá estaría bien saber cuántos pelos tenemos en la cabeza, cuántas personas hay en la sala, los días que llevamos vividos, las gotas que hay en nuestro vaso y descifrar el número exacto de la gota que hace colmarlo.

Botón de objetos perdidos. Para resolver la incógnita de dónde se quedaron, aunque ya no sea posible recuperarlos.

Botón de traducción instantánea. Para entender lo que nos dicen sin tener ni idea de la gramática de las palabras.

Botón para disolver el tráfico y andar por la carretera.

El botón para teletransportarse. No necesariamente a lugares como la Torre Eiffel, Times Square o el centro comercial que nos pilla a una hora de camino en transporte público.
 
Llegar a lugares que no sabemos dónde están.
 
Poder viajar en un par de segundos al bar más pequeño del mundo, comprobar qué está pasando ahora mismo en una lavandería de Tailandia, o por absurdo que parezca, volar a donde estés tú, porque a veces no son tanto los sitios, sino las personas al lugar donde tenemos que llegar.

El botón de pausa.

O quizás el botón de los botones.

Supongo que todas las personas estamos llenas de botones. Y como son invisibles no podemos controlar la maquinaria, ni podemos advertir al resto de cuál es el botón que nunca deberían pulsar.
No tenemos un plano de nuestros propios circuitos para saber qué parte está averiada, ni guardamos un libro de instrucciones en el cajón de la mesilla que explique cómo cargarnos las pilas, cómo encendernos o cómo apagarnos.

En esto pensaba cuando de repente me di cuenta de que todo este rato había estado en la cola y ahora era mi turno en el mostrador.

El dependiente me miraba con impaciencia, mientras yo intentaba decidir qué botón pedir. Miraba alrededor, había cientos de etiquetas, necesitaría horas o días para leerlas todas.
 
Entonces, en la estantería de detrás suya vi una caja de color negro. Me fijé en la etiqueta y sabría que tarde o temprano encajaría en algún lado.

Y ese es el botón que tengo en mi mano.

El que tengo que pulsar.

Para que todos los párrafos no sean iguales.

El botón de los puntos finales.




martes, 25 de enero de 2022

VERSOS Y ESCALERAS

El otro día sentí que mi cerebro trabajaba a toda velocidad, ¿sabes? Esos días en que sin venir a cuento se te vienen a la cabeza un montón de ideas, muchas de ellas con poco sentido. 

Y ahora no las recuerdo. Otra vez volví a confiar en que mi memoria de pez las recordaría al llegar a casa. 

Debería haberme dado cuenta antes. Un transeúnte cualquiera debería haberme detenido en un paso de cebra para zarandearme y decirme muy serio "¡Maldita sea! Agarra un papel y escríbelo". Y entonces yo debería haberme olvidado de los recados de ese día y haber corrido al bar más cercano hasta encontrar un servilletero de donde ir sacando pedazos de papel para apuntar estas chorradas que no recuerdo.

Sé que una tenía que ver con el arroz. De como cuando se nos cae el móvil a un río o al retrete, lo metemos en un paquete para ver si absorve el agua de dentro e impide que el aparato se estropee. 
Me estuve preguntando si a alguien se le habrá ocurrido llenar una bañera con todos los paquetes de arroz que haya encontrado en el supermercado y meterse de lleno para no estropearse, para intentar arreglar lo que ya no funciona por dentro, para absorver lo malo de los días malos. 

Estuve pensando en las pupilas. En que no podemos controlar cuándo se dilatan o contraen. O en aquello que leí sobre que los peces no pueden cerrar los ojos porque no tienen párpados, y de repente sentí angustia y toqué los míos varias veces para asegurarme de que aún estaban ahí. 

Recordé el juego de los duelos de pupilas. 

Tuve incluso la terrible idea de escribir tu nombre en una de mis listas, como si fuera necesario recordar el hablarte, aún peor, como si el hecho de escuchar tu voz fuera una tarea pendiente. 

Quizás lo sea. 

El otro día tuve muchas ideas, pero ningún transeúnte me detuvo para advertirme de que las olvidaría, así que no pude escribir todas esas teorías sobre la vida de los gusanos de los huertos urbanos, ni de por qué hay lunares azules, o sobre cómo a veces las cosas se rompren y no es nuestra culpa. 

Y cuando por fin abrí el cuaderno para escribir alguna de estas ideas, sin recordar por qué tampoco, solo encontré escrito 
"versos y escaleras".

lunes, 25 de octubre de 2021

BAJAR PARA SUBIR

¿Alguna vez has escuchado una canción y pensado que estaba escrita para una persona en concreto? 

¿Nunca has entrado en una habitación y el olor de alguien que ni siquiera estuvo allí te ha inundado como un abrazo? 

¿Has sentido en alguna ocasión, al cruzar un puente, al torcer una esquina, al pasar por una calle, que caminabas con una persona, sabiendo que de alguna manera u otra estaba allí? 

Eso me pasa ahora. En este lugar, una tierra por la que nunca había caminado, donde un domingo como podría ser un martes, me atrevo a rapelar hacia las profundidades de un cañón. 

Me lanzo. Con mi peso y el de mis miedos, balanceándome como un péndulo mientras me despido de la luz. 
Y sin unas instrucciones que me avisen de lo que va a pasar me doy cuenta de que estás aquí. 
Como si el cañón al que he descendido fuera la grieta de tu última herida, y pudiera tocar tus paredes, deslizarme por tus conductos y sumergirme en aquello que tanto deseas olvidar. 

Dejo reposar mis miedos en la orilla para bucear en los tuyos, para saltar y tropezarme con las piedras que a veces te impiden respirar. Palpando los huecos que aún no has llenado, las huellas de lo que te arrebataron, escuchando el eco de los sueños que creías que sí, pero que al final no. 
Veo tu mirada en las cascadas, entendiendo que el agua de tus ojos se une con el agua que cae desde arriba, como si fuera una ley natural.

Hasta que poco a poco la luz vuelve a intuirse y el cañón se va abriendo como un pétalo sin sombras en las que meterse. 

Aquí estoy otra vez, con los pies en la tierra, sin la certeza de saber bien qué acaba de pasar pero sí de por dónde he pasado. 
Es como cuando estás nadando en el mar y una ola llega con toda su fuerza, haciéndote dar vueltas, empujándote hacia abajo para después dejarte al sol de la orilla con suavidad . 

Ya no hay rastro de ti, aunque esa oscuridad de la que acabo de salir esté a tan solo unos metros. 

Como si todo este trayecto, este viaje a tu herida, tus anhelos, tus cloacas y aguas cristalinas, tus cimientos y derrumbes, me hubieran devuelto lo que no sabía que había perdido, lo que ni me imaginaba que estaba buscando. 

Sumergiéndome para resurgir. 
Entrando para salir.
Bajar para subir.