No tenían llaves ese día. Subieron por la escaleras de incendios y Patti agradeció tener esa ventana rota que siempre había maldecido.
- Bob, ¿qué quieres que te diga? No hay cena pero hay whiskey y vinilos.-
Así que pusieron a Janis Joplin y Me and Bobby McGee empezó a sonar. Desenroscaron la botella y a los tres minutos de canción ya todo les daba un poco más igual, no tener un sitio más decente donde vivir, o un trabajo que les consumía los sueños, o la resaca que arrastraban del día anterior.
-Todo está en llamas baby- dijo Bob.
- Desde luego. - Respondió Patti. Y encendió un cigarro.
No faltó mucho tiempo para que volvieran a estar borrachos. Descalzos, bailando cada uno en su propia nube, ni siquiera se hablaban o miraban. Era una de esas veces en las que las palabras podrían estropearlo todo, que daba igual no mirarse a los ojos, sabiendo que cada uno estaba disipándose en su propio mundo pero que ambos permanecían en el mismo espacio. Dos llamas aisladas compartiendo el mismo incendio.
Fue en uno de esos giros sobre sí misma que a Patti le gustaba hacer mientras bailaba, cuando notó algo extraño en la pared.
¿Sabes ese tipo de manchas de aceite de colores que se quedan en el asfalto y que parecen una constelación?
Algo así.
Patti se acercó un poco más y cuando su dedo índice estaba apunto de tocar la pared estelar, una ráfaga de aire la impulsó y dejó caer al otro lado.
Apareció en una playa con un cielo oscuro. En la arena, cientos de hogueras. Algunas parecían haberse apagado hacía poco, su humo y alguna ceniza brillante se podía ver en el aire. Otras eran altas como los autobuses de dos plantas, y el calor llegaba a metros de distancia.
Además de las hogueras, había varias personas que deambulaban por allí. Patti no entendía nada.
-¿Qué es esto? ¿Qué hacemos aquí?
- Mira esta-. Dijo un tipo. - No se entera de nada-.
Algunas personas parecían estar perdidas como ella, o daban vueltas alrededor de las cenizas, o se marchaban de la playa. Otras hablaban entre ellas y a Patti le llegaban sólo diálogos aislados:
"- Un clavo saca otro clavo.
- Tío yo lo he intentado, pero he acabado con las manos deshoyadas, las ganas oxidadas y quemaduras de tercer grado entre los dedos. ¿Y tú sabes cuánto duele eso al estirar?
- ¿Las manos o el tiempo?"
"- Sopla, sopla, que así aviva otra vez."
"- ¡Que me quemo!
- Es que te acercas demasiado."
"- Yo le echo agua, pero no puedo apagarla.
- Pon tierra, por el medio, nunca falla."
Aturdida con tantas voces, Patti se apartó y casi corriendo se acercó al mar.
Ya en la orilla, algo le pinchó los pies. Vio entre las espuma, un montón de clavos de todos los tamaños que se quedaban amontonados entre las algas y la arena.
Esto va de llamas y clavos. Dijo para sí.
- Sí.- Dijo un señor que estaba a su lado.
Tenía cicatrices por todo el cuerpo y en la cara. Parecía que le hubieran lanzado a una piscina de zarzas. Su piel estaba llena de arañazos y quemaduras.
Él miró a Patti, y ella apartó la mirada.
- ¿Por qué has venido esta vez? -.Preguntó el señor.
-¿Yo? No lo sé. No sé qué hago aquí la verdad.-
- Uno viene aquí por sus clavos o por sus llamas. Al principio o al final.
- Ah-. Dijo Patti, sin llegar a entender del todo.
- Entonces supongo que es el principio, porque nunca había estado aquí.-
-¿Ah no? ...Quizás no te acuerdas.-
Patti miró a su alrededor, pero nada de aquello le sonaba.
- ¿Cómo puedo saber si estoy aquí por mis clavos o mis llamas?
- Eso sólo lo sabes tú. A veces los clavos salvan y las llamas te consumen. Otras veces las llamas te dan calor y los clavos, valga la redundancia, se clavan, ¿o es que no has visto a la gente por ahí?
- ¿Y no pueden ser las dos cosas a la vez?-.
El señor miró a Patti.
- A lo mejor aún no se ha inventado, lo de juntar las llamas con los clavos. Si lo descubres, házmelo saber.- Dijo el señor mientras se apartaba.
- Ah, ¿pero te marchas?
- Sí. Ya me he quitado el clavo, ¿lo ves?
Patti se acercó y vio un clavo de unos tres centímetros rodando en la palma de la mano del señor.
- Estaba muy profundo, pero se ha aflojado hablando contigo.-
El señor lo lanzó al agua y se fue caminando.
Patti se tumbó en la arena y cerró los ojos.
Cuando los abrió era de día, le dolía la cabeza y la boca le sabía a hierro y a sal. Estaba en su apartamento, la ventana rota dejaba pasar la lluvia.
Bob ya no estaba, en su lado del colchón, cenizas y carbón.
En su cajón, un manojo de clavos.
Patti se levantó. Puso el vinilo, Me and Bobby McGee empezó a sonar.
Y dijo para sí: “Hoy arreglo esta ventana”.