viernes, 22 de julio de 2022

LOS VIEJOS Y EL MAR

Este par de viejos viene mucho a esta playa. Probablemente desde que se conocieron.

Como si fueran parte de ella, como lo son las rocas de la orilla, las conchas o la caseta de los socorristas. 

Este par de viejos es peculiar. Les gusta fantasear y construir diálogos como si fueran el esqueleto de un poema. Así que sus conversaciones acaban siendo algo así:


- Para que no tengamos que echarnos de menos, vente cerquita, te hago un hueco.


- Hazte un ovillo en el hueco de mi espalda y enebra tus vértebras en mi espina dorsal.


- Hila tus brazos por debajo de los míos, anuda tus dedos con mis sentidos.


- Haz que se calme mi sistema nervioso.


- Que todas las pestañas que pierdo vayan a parar a tu ombligo, porque es sobre tu vientre donde me echo a dormir.


- Estira los pliegues de mi piel y besa ese rincón de epidermis olvidado.


- Di lo que tengas que decir a un centímetro de mis labios.


- Rúgele a mi estómago.


- Dales caminos que comer a mis pies y mi bastón.


- Tírame al agua.


- Chapotea en mis penas.


- Vuélvelo a decir de mil maneras.


- Besa mis párpados.


- Rasca mis omóplatos.


- Sopla los días que escuecen.


- Dime que te haga un hueco.


- Ya no puedo hacerte un hueco, todo está lleno.


- Completo.


Después se besan, o hacen una guerra de pulgares, o se quedan en silencio. Siempre mirando al sol marcharse.

Pero hoy es diferente. Porque hace poco se dieron cuenta de que ya no podían vivir solos, de que ha llegado el momento de mudarse a un hogar de esos donde meten a todos los viejos.

Porque vaya, resulta que son viejos.

Entonces, cuando el sol ya se ha marchado, se levantan, se agarran de la cintura y las manos y empiezan a dar pasitos a los lados, adelante y atrás.

Y uno de ellos dice:


"¿Sabes por qué me gusta que estemos en esta playa por la noche?

Te explico.

Me gusta que estemos en esta playa porque es pequeñita y las farolas están lejos, como luciérnagas.

Me gusta porque esta oscuridad deja ver las estrellas y ninguno de los dos está preoucpado en sacar el teléfono para hacer una foto. Porque no tenemos ni idea aún y sabemos que no saldrá bien.

Y así, tan de noche, tan tarde, con la convicción de que los teléfonos no sonarán ni saldrán de los bolsillos para tomar fotos, así es como siento que esto es real, esta es la porción de vida que más real siento.

El mar, su sonido, el olor a sal y tierra, el tacto áspero de las piedras bajo los pies, las nubes y las estrellas, el sabor húmedo de la brisa que reposa en nuestras caras.

Te digo, me gusta que estemos aquí mientras todo el mundo está dormido, porque es como si supiéramos algo que nadie más sabe, como si fuera un lugar secreto, un momento que ya no vuelve, un cometa que sólo hoy, pasa por la Tierra.

Ya sé que con el sol todo termina, y que no volveremos a esta playa, porque con la luz siempre será una playa distinta.

Ya sé que estamos aquí ahora, pero que después estaremos en otro lado, y todo habrá cambiado, y este momento no volverá a ser real, y la memoria atrofiará los recuerdos, y para ti las estrellas lucirán de una manera y para mí las olas sonarán de otra.

Pero esto, esta playa a oscuras, este AHORA no hay ni dios que nos lo quite.

Es nuestro.

Y se acaba, como se acaban las canciones.

Pero aquí estamos, bailando."


domingo, 24 de abril de 2022

BOTONES

 

Hace unos días iba caminando y descubrí que en el suelo había alcantarillas con forma de botones.
 
Irremediablemente, como si fuera un juego, las seguí hasta que llegué a unas escaleras que daban a un sótano con una puerta de color verde botella, donde en un letrero muy simple se podía leer "Botonería".

Como era de esperar, lo que allí encontré fueron botones.

Botones de todos los tipos y algunos que ni si quiera sabía que existían.

Las estanterías llegaban hasta el techo y en ellas había cajas con etiquetas.

Botones de cortinas, camisas, pantalones.

Botones de cohetes espaciales, puertas giratorias, ascensores.

La gente incluso hacía cola para llegar al mostrador. Una de las clientas hablaba por teléfono "No lo sé cariño, aún estoy esperando para recoger el botón del perro".

Pensé que había escuchado mal hasta que en una de las etiquetas de una caja con forma de hueso leí "Botones para perros".

Así que empecé a pensar que quizá todo esto de los botones era importante, e intenté averiguar mientras seguía leyendo etiquetas, en cuáles podrían ser necesarios.

Botón para contar. Quizá estaría bien saber cuántos pelos tenemos en la cabeza, cuántas personas hay en la sala, los días que llevamos vividos, las gotas que hay en nuestro vaso y descifrar el número exacto de la gota que hace colmarlo.

Botón de objetos perdidos. Para resolver la incógnita de dónde se quedaron, aunque ya no sea posible recuperarlos.

Botón de traducción instantánea. Para entender lo que nos dicen sin tener ni idea de la gramática de las palabras.

Botón para disolver el tráfico y andar por la carretera.

El botón para teletransportarse. No necesariamente a lugares como la Torre Eiffel, Times Square o el centro comercial que nos pilla a una hora de camino en transporte público.
 
Llegar a lugares que no sabemos dónde están.
 
Poder viajar en un par de segundos al bar más pequeño del mundo, comprobar qué está pasando ahora mismo en una lavandería de Tailandia, o por absurdo que parezca, volar a donde estés tú, porque a veces no son tanto los sitios, sino las personas al lugar donde tenemos que llegar.

El botón de pausa.

O quizás el botón de los botones.

Supongo que todas las personas estamos llenas de botones. Y como son invisibles no podemos controlar la maquinaria, ni podemos advertir al resto de cuál es el botón que nunca deberían pulsar.
No tenemos un plano de nuestros propios circuitos para saber qué parte está averiada, ni guardamos un libro de instrucciones en el cajón de la mesilla que explique cómo cargarnos las pilas, cómo encendernos o cómo apagarnos.

En esto pensaba cuando de repente me di cuenta de que todo este rato había estado en la cola y ahora era mi turno en el mostrador.

El dependiente me miraba con impaciencia, mientras yo intentaba decidir qué botón pedir. Miraba alrededor, había cientos de etiquetas, necesitaría horas o días para leerlas todas.
 
Entonces, en la estantería de detrás suya vi una caja de color negro. Me fijé en la etiqueta y sabría que tarde o temprano encajaría en algún lado.

Y ese es el botón que tengo en mi mano.

El que tengo que pulsar.

Para que todos los párrafos no sean iguales.

El botón de los puntos finales.




martes, 25 de enero de 2022

VERSOS Y ESCALERAS

El otro día sentí que mi cerebro trabajaba a toda velocidad, ¿sabes? Esos días en que sin venir a cuento se te vienen a la cabeza un montón de ideas, muchas de ellas con poco sentido. 

Y ahora no las recuerdo. Otra vez volví a confiar en que mi memoria de pez las recordaría al llegar a casa. 

Debería haberme dado cuenta antes. Un transeúnte cualquiera debería haberme detenido en un paso de cebra para zarandearme y decirme muy serio "¡Maldita sea! Agarra un papel y escríbelo". Y entonces yo debería haberme olvidado de los recados de ese día y haber corrido al bar más cercano hasta encontrar un servilletero de donde ir sacando pedazos de papel para apuntar estas chorradas que no recuerdo.

Sé que una tenía que ver con el arroz. De como cuando se nos cae el móvil a un río o al retrete, lo metemos en un paquete para ver si absorve el agua de dentro e impide que el aparato se estropee. 
Me estuve preguntando si a alguien se le habrá ocurrido llenar una bañera con todos los paquetes de arroz que haya encontrado en el supermercado y meterse de lleno para no estropearse, para intentar arreglar lo que ya no funciona por dentro, para absorver lo malo de los días malos. 

Estuve pensando en las pupilas. En que no podemos controlar cuándo se dilatan o contraen. O en aquello que leí sobre que los peces no pueden cerrar los ojos porque no tienen párpados, y de repente sentí angustia y toqué los míos varias veces para asegurarme de que aún estaban ahí. 

Recordé el juego de los duelos de pupilas. 

Tuve incluso la terrible idea de escribir tu nombre en una de mis listas, como si fuera necesario recordar el hablarte, aún peor, como si el hecho de escuchar tu voz fuera una tarea pendiente. 

Quizás lo sea. 

El otro día tuve muchas ideas, pero ningún transeúnte me detuvo para advertirme de que las olvidaría, así que no pude escribir todas esas teorías sobre la vida de los gusanos de los huertos urbanos, ni de por qué hay lunares azules, o sobre cómo a veces las cosas se rompren y no es nuestra culpa. 

Y cuando por fin abrí el cuaderno para escribir alguna de estas ideas, sin recordar por qué tampoco, solo encontré escrito 
"versos y escaleras".