Estaba en un rincón del callejón, apoyado en la pared de ladrillo marrón fumando un cigarro.
Él no me vio, pero yo clavé mis ojos en la burbuja que le llegaba de los hombros al vientre.
Una burbuja que no dejaba de hincharse, porque todo lo que tocaba, veía, pisaba, mordía, olfateaba, escuchaba...se metía dentro.
El polvo de las paredes que rozaba, los paisajes que alguna vez vio desde diferentes ventanas, los charcos en los que sus zapatos desaparecían, las sandías de aquel verano que chorreaban a cada mordisco, el olor de los camiones de la basura, el ruido de sus pensamientos y de todas las conversaciones, la de la vecina discutiendo por teléfono, la de los amigos que no se decidían a dónde ir a comer, e incluso una de las nuestras, cuando me dijiste que los gansos regurjitaban palabras que no sabían cómo decir y después de masticarlas, las tragaban otra vez, como algunas personas.
Pero yo no entendía cómo aquello era posible ¿Sabes?
Me refiero a su burbuja, porque él parecía no enterarse de todo lo que cargaba.
Cómo algo de tanto peso puede tomarse a la ligera.
Así que decidí perseguirle. Quería pincharle, aunque no herirle.
Sosteniendo el alfiler que hacía unos segundos sujetaba un botón de mi camisa como si fuera un arma blanca pasé horas persiguiéndolo, sintiendo la presión de que en cualquier momento se giraría y me descubriría ahí, con mi alfiler, vacía de excusas.
Pero no lo hizo.
No se percató de mi existencia, aunque yo supiera de cada partícula que le habitaba.
Caminé detrás suya, hasta que llegamos a la playa y él se detuvo frente al mar, escondiendo sus zapatos bajo el agua salada.
La espuma acariciaba mis pies, y al mirar hacia el frente descubrí mi reflejo.
Mi reflejo en el hombre pompa.
Como llevaba horas cargando con un alfiler no se me ocurrió otra cosa que utilizarlo.
Así que sin tener ni idea de qué pasaría me miré a los ojos y pinché mi reflejo.
Todo aquello salió volando, el polvo, los paisajes, el agua de los charcos, las pipas de sandía, el olor de los camiones de la basura, los pensamientos, las conversaciones, las palabras regurjitadas que nunca supieron ser dichas.
Tras ese flechazo conmigo misma todo se evaporó.
El hombre pompa no estaba, lo único que quedaba allí eran mis pies en el mar, el horizonte, yo.
Y supongo que tenía que ser así,
que cuando pinchamos nuestro reflejo
no llegamos a herirmos,
pero algo se esfuma,