miércoles, 12 de diciembre de 2018

ESTO NO ES UN POEMA


Ya no piso tus pasos en Gran Vía.

Ni te rozo en las escaleras que suben a Sol.


Ya no huelo tu rastro en el Retiro, 


sino que me retiro hacia el rastro 


a ver si tu aroma


sigue paseando los domingos.



Y digo yo, en qué escenario estás ahora, 


el Rialto, el Apolo, dime,


dónde vomitas tu emoción.



Me pareció verte en la Cuesta Moyano, 


entre libros y rotondas


pero ya no rondas esas aceras,


y me dejas a la espera


en cualquier estación.




Metro de Nueva York, Clara Quintana Silva

jueves, 29 de noviembre de 2018

¿DE QUÉ ESTÁN LLENOS LOS ELEFANTES?

Érase una vez una niña llamada Yan. Su mejor amiga era una elefanta que se llamaba Bel.

Bel era muy grande, de color gris, bueno supongo que ya sabréis cómo es un elefante ¿No?

Yan y Bel pasaban mucho tiempo juntas, eran muy diferentes pero se querían, a pesar de que tuvieran pensamientos distintos.

Un día, Yan encontró a Bel sentada mirando la puesta de Sol. En eso coincidían, las dos se quedaban embobadas mirando los colores en el cielo. A veces no hacía falta hablar o decir mira ese rosa o ese naranja, porque incluso con sus silencios se comprendían.

Pero ese atardecer era distinto. Yan se sentó al lado de Bel y la miró desde abajo.

- Bel ¿Qué te pasa?

Bel parecía triste. Estaba mirando el atardecer y no sonreía. Tenía que pasarle algo.

- ¿Sabes qué pasa Yan?

Yan negó con la cabeza.

- Yo soy muy grande. Soy cuatro veces tú, pero hoy me he dado cuenta de que estoy vacía. Y no entiendo como alguien tan grande puede estar lleno de nada.

Yan se quedó pensativa. No entendía qué quería decir Bel, ¿cómo iba a estar vacía? Ella era una niña y sabía con seguridad que por dentro tenía cosas, y no dos o tres, sino muchas cosas, como el cerebro, pulmones, huesos…pero ¿Los elefantes? ¿De qué están llenos?

Yan se quedó durante un rato mirando cómo el último cachito de Sol desaparecía en el horizonte.

- Se me ocurre una cosa…

- ¿El qué?- Preguntó Bel con la mirada esperanzada.

- Dices que estás vacía, que no sientes nada. Yo creo que la única forma de saber lo que te pasa es ver qué tienes, o qué no tienes, por dentro ¡Tenemos que encontrar a alguien que pueda abrirte!

Bel se quedó pensativa durante unos segundos, se rascó el cogote con su larga trompa hasta que se le abrieron los ojos y exclamó

- ¡El doctor ratón! Seguro que él puede abrirme.

El doctor ratón era uno de los roedores más sabios que vivían por los alrededores. Llevaba toda su vida ayudando a diversos animales que enfermaban. En ese justo momento se encontraba preparando una especie de pomada para un guacamayo que se había lastimado un ala al hacer un mal aterrizaje.

Estaba removiendo el ungüento cuando sintió que temblaba levemente el suelo. Se giró y allí estaban Yan y Bel.

- ¡Qué gran sorpresa! Hacía mucho que no tenía el gusto de verlas señoritas.

Las dos sonrieron.

- Doctor ratón, necesitamos su ayuda- Dijo Yan.

- Muy bien, ¿qué les duele? ¿Se han caído? ¿Pueden ponerse a la pata coja? Saquen la lengua y digan “aaah”.

- No, no es eso doctor ratón.- Explicó Bel.

 »Verá, es que tengo un problema. Resulta que ayer, mientras miraba el atardecer, me di cuenta de que estoy vacía. No noto nada. Necesito que me abra y mire qué tengo, o qué no tengo, por dentro.

Doctor ratón se quedó callado y se sentó en una piedra minúscula que tenía detrás. Al lado de Bel parecía aún más pequeño.

- Nunca he abierto a un elefante- .Dijo doctor ratón.

Bel entristeció. Si doctor ratón no podía ayudarla, nadie podría.

- Puedo intentarlo.

- ¡Bieen!- gritó Yan entusiasmada.

- Pero…Aún no. Si no me equivoco estamos en otoño. Tendréis que esperar a que llegue la primavera.

- ¿Por qué en primavera?- Preguntaron Bel y Yan al unísono.

- En primavera, alrededor del Gran Lago, crecen unas flores amarillas, con los pétalos puntiagudos y lunares rosas. Necesito esas flores para poder hacer una pócima que duerma a Bel. Siempre utilizo esas flores para dormir a los pacientes en mis operaciones, y por eso guardo unas cuantas para las siguientes estaciones, pero este verano he necesitado muchas y se me han acabado. Lo siento señoritas, pero sin esas flores no puedo abrir a Bel.

Yan y Bel se despidieron del doctor ratón. Caminaban en silencio cuando Bel se detuvo y dijo

- Yan, me voy al Gran Lago. Tengo que encontrar esas flores.

- Pero Bel, el doctor ratón nos ha dicho que hasta primavera no florecen, aún estamos en otoño, no las encontrarás.

- Tengo que intentarlo. Hay una parte del lago, detrás de las cascadas, donde el calor de los rayos de Sol se queda atrapado. Es una cueva, allí siempre es verano.

Yan la miró extrañada.

- Nunca me has hablado de ese sitio.

- Lo sé. Sólo estuve una vez, cuando era muy muy pequeña.

Yan miró a su amiga con una sonrisa

- Voy contigo.

Y las dos pusieron rumbo hacia el Gran Lago.

La guía era Bel. Aunque llevara años sin hacer aquel camino conocía todos los atajos, lugares donde beber agua, conseguir alimento, y dormir sin que nadie molestara.

Para llegar al Gran Lago se necesitaban cuatro días. Yan pudo comprobar en ese tiempo lo increíble que era su amiga Bel.

Bel era grande, era cuatro veces ella, pero no podía correr ni saltar, y a veces era Yan quien ganaba en las carreras.

No entendía por qué, pero Bel dormía de pie. Decía que los elefantes sólo duermen tumbados cuando son pequeños. Yan se sintió como un bebé cuando le explicó aquello porque ella dormía tumbada panza arriba. Incluso, la tercera noche del camino hacia el Gran Lago intentó dormir de pie, pero cuando abrió los ojos por la mañana estaba acurrucada junto a un árbol.

Bel le dio los buenos días y continuaron la marcha.

Ese mismo día, por la tarde, llegaron al Gran Lago.

Era un sitio precioso, había árboles con hojas de todos los colores, el agua era cristalina y un montón de osos, hipopótamos, y diferentes aves aprovechaban para darse un baño.

- Tenemos que cruzar el lago y llegar a la cascada, detrás está la cueva.

Bel se inclinó para que Yan subiera a su espalda.

La elefanta estaba muy contenta. Hacía mucho tiempo que no estaba en aquel lugar y recordó lo bien que lo pasaba cuando era pequeña y se tiraba el día entero jugando.

Entonces, con su larga trompa cogió agua y le echó un buen chorro a Yan que estaba distraída mirando cómo los peces se alejaban nadando en cada paso que daba Bel.

- ¡Me has empapado!- Dijo Yan riéndose.

Bel la enrolló con su trompa y la tiró al agua.

Pasaron el resto de la tarde chapoteando y jugando con los peces, los hipopótamos y otro grupo de elefantes.

Bel tenía mucha memoria pero no recordaba cuándo fue la última vez que se reía tanto.

Al atardecer se sentaron en la orilla, mirando cómo el agua cristalina parecía teñirse de color lila, y las primeras estrellas empezaban a aparecer.

Yan miró a Bel, y vio que sonreía.

- ¿Sabes una cosa Bel?

- ¿Qué?- Contestó la elefanta con ojos brillantes.

- Yo soy una niña, sé que por dentro tengo cosas, muchas cosas, tengo cerebro, huesos, pulmones… No sé si los elefantes también tenéis esas cosas, no sé de qué están llenos los elefantes, pero creo que sí sé de qué estás llena tú.

- ¿De qué?-. Preguntó Bel sin borrar la sonrisa.

- ¡De recuerdos! Tienes mucha memoria, recuerdas cosas de cuando eras muy pequeña, conoces todos los caminos y los atajos, nunca olvidas nada.

- Tienes razón- Dijo Bel.

- Por eso eres tan grande, por eso eres cuatro veces yo, porque guardas todas las cosas que te han pasado desde que naciste, es imposible que estés vacía, ¡porque estás llena de todo!

Bel miró a Yan y la abrazó con su trompa y sus grandes orejas. Su amiga tenía razón, no podía estar vacía.

Ya no era necesario buscar las flores para que doctor ratón  viera qué tenía, o qué no tenía por dentro, ya no era necesario esperar a la primavera.

Bel era grande, era cuatro veces Yan y desde ese momento, hasta entonces, viven aventuras para no dejar de llenarse nunca de recuerdos.

Autor o autora desconocido/a

domingo, 3 de junio de 2018

SOMOS ANIMALES

Somos animales. 

¿O acaso nunca te has sentido como un ave migratoria desorientada? 

¿Nunca te has quedado quieto o petrificada al escuchar el aliento de algo que resopla en tu oído como queriendo decir "estate alerta"? 

¿No has sentido, en mitad de la noche, unas cosquillas serpenteando por tus piernas, ni te han despertado unos bufidos sin sentido? 

Somos animales. 

¿O me vas a negar que alguna vez has olvidado la razón y seguido tu instinto sin miedo a equivocarte?  

Dime, ¿te atreves a reconocer que cuando la persona que menos esperabas se fue volando no sentiste ni un gramo de la melancolía que sufre un periquito cuando su pájaro favorito echa a volar? 

¿No es verdad, que construiste con sus plumas el nido donde viviste en cautividad hasta que el felino que te arañaba por dentro tuvo las agallas de romper la jaula y cabalgaste, y te dio por aullar cerca del mar? 

Entonces dime que tu pasado no está hecho de plumas, y que a veces es tan ligero que te da miedo olvidar. 

Somos animales. 

Provocamos arritmias. 

A veces alguien consigue ver lo que nos brilla, aunque esté escondido entre nuestros trastos. 

No les da miedo saltar de cabeza y rebuscar en nuestra basura. 

Sí, hay personas que se comportan como urracas azules, a oscuras. 

Provocamos arritmias, pasamos el tiempo saltando de un nenúfar a otro croando momentos. 

Somos animales. 

¿O jamás has necesitado mutar en una especie que hiberna, para oler el hielo en los sueños y pasar el frío sin darte cuenta? 

¿No te has quedado sin respiración, intentando estirar todo tu cuerpo como una tortuga, para darle la vuelta al mundo y encontrar de nuevo tu equilibrio? 

¿No te has aburrido de tu crisálida? 

¿No has roto tu cascarón? 

¿No has sido una garrapata y has hundido tu cabeza, y todo lo que hay dentro, en el centro de otras pieles? 

¿No has olido el miedo y corrido a refugiarte en tu madriguera camuflada en la nieve? 

De verdad me estás diciendo que  

¿Nunca has cacareado? 
Paula Bonet

miércoles, 2 de mayo de 2018

CHAO VIVALDI



Enséñame a aguantar la respiración

porque ahora es el momento de coger aire.

Dentro de mí hay cuatro estaciones y un paisaje.

Hay una jungla con plantas salvajes.

Un lago que parece imperturbable

porque sus ondas son lentas y ordenadas.

Hay un desierto que quiere ser habitado.

Y un invierno donde refugiarse.

Un Sol y una tormenta permanente.

También he de contarte

que hay un edificio con alquitrán

derramado en las paredes.

Es tan oscuro

que no me extraña que sea ahí

donde guardo mis miedos.

Chao Vivaldi

Las estaciones se deshacen.

LLueve barro en Madrid.

Desenterramos flores

antes de que levanten

la cabeza los girasoles.

Pasamos de abril.

Chao Vivaldi

Báilame el fuego

que huele a San Juan.

Lanza sueños a la hoguera

a ver dónde van.

Mayo y aguacates.

Los guacamayos de mi cabeza

se han desteñido.

Echa a la hoguera el nido.

Dale un sorbo a este nuevo ciclo.

Chao Vivaldi

y a tus cuatro estaciones de Renfe.

Ten fe en mi café

porque no te fallará ni una mañana.

Sigue esta canción 

sin ninguna instrucción.

Hagamos con preguntas 

una construcción.

Arquitectura confusa

con alguna exclamación.

Chao Vivaldi

Nos vemos en la repisa del Sol.

Tirando del cielo

Sacándome de mis casillas

Vertiendo los dados

Jugándolo todo

Rompiendo mis esquemas

es-que-más claro 

no puede estar.

Poniendo a la venta los números

Empezando a sumar

Curando de una vez

los costipados.

Travis Bedel

lunes, 16 de abril de 2018

LO QUE PASA CUANDO NOS ROMPEMOS


¿Te han dicho alguna vez eso de que cada día algo cambia?

Aunque todo parezca quedarse en el mismo sitio.

Como cuando un jarrón o un plato cae al suelo y se desintegra por completo.

No importa que todo esté desperdigado y quebrado, recolectamos los cachos y los pegamos lo más fuerte posible para volverlos a sellar y creer que nada ha cambiado.

Es imposible, porque a ese jarrón o ese plato siempre le faltará, aunque minúsculo, un pedazo.

Eso es lo que pasa la primera vez que nos rompemos. 

Porque sé que tú también te has roto alguna vez.

Puede que al igual que un jarrón o un plato, que al deslizarse fuera de su zona se desestabiliza.

O quizá te rompiste estando sentado, o cuando estabas muy quieta.

Tan rodeado o rodeada de silencio que pudiste escuchar cómo una de tus piezas se agrietaba, y el dolor, ese pinchazo en tu centro se clavaba y quebraba tus huesos dejándote sin respiración.

Un día como otro, sin que pasara nada especial, un martes de octubre por ejemplo, mirando el gotelé de tu salón con las piernas cruzadas.

Un miércoles en la sala de espera del médico ojeando una revista.

Una mañana soleada, con niños jugando en el parque y olor a pan recién hecho.

De cualquier forma. 

Yo sé que tú también te has roto sin merecer un mínimo arañazo.

Y sé que habrá un pedazo de ti que buscas cada día, en todos los rincones, para poder reconstruirte.

Pero aunque lo encuentres, te diré que ya no eres el mismo, ni la misma.

Ahora eres más fuerte.


Carne Griffiths


miércoles, 7 de febrero de 2018

DERRÁMATE

Derrámate conmigo.

Deslízate por la moqueta.

Cerca.

Mira el techo.

Escuchemos ese vinilo.

No importa lo que venga después.

Sigue mirando las grietas,

dime lo que hay dentro de las tuyas,

haz que llueva la historia de tus heridas.

Pregúntame.

Azul o verde,

café o té,

Perú o Mongolia,

tiovivo o noria,

martes o jueves,

quince o trece,

whisky o ron,

Óscar o Goya,

chocolate o turrón.

Ráscame la sombra.

Échate a reír.

Quema un billete.

Pon tu dedo en un mapa,

haz que se encuentre con mi índice en el índico.

Para el tiempo.

Ayer.



miércoles, 24 de enero de 2018

DESNUDARSE

Yo tenía unos nudos en mi cabeza.  Ya no se pueden deshacer. Yo misma fui quien decidió dejar crecer las raíces de enredos que nunca estuvieron bajo tierra.

Todo empezó en una calle de Cracovia, vestida de colores y una naríz de payaso.

Perdiendo el miedo a cambio de un puñado de eslotis. Hasta que alguien con uniforme nos dijo que si no queríamos líos, nos fuéramos de allí. Pero un lío era precisamente lo que yo trataba de tejer.

El siguiente nudo no tardó en llegar, casi no lo recuerdo, quizá lo tenga que inventar.

Juraría que fue en un camping francés con estrellas en el techo, después de un charla intensa con un tipo holandés, que decidió aparcar la caravana y decir adiós en un lugar que sigo sin comprender.

Las raíces crecieron.

Siguieron enredándose.

Viajé a Marruecos.

Y en el comienzo de la vuelta, antes de que el autobús se averiara en la hora novena, otro nudo apareció.

Ya sólo quedaba una raíz. Vino una tarde cualquiera en el salón de un piso de Madrid, con un hilo azul que contra todo pronóstico siguió estando ahí. Como todo lo que sin venir a cuento sucede, porque tiene que suceder, aunque a veces tire de nosotros y duela.

Pero los enredos no son para siempre, por muy fuerte que sople el viento.

Ya era hora de podarse y quitarse peso.

Aunque fuera insignificante.

¿Puede algo insignificante estar cargado de significado?

El primer corte fue por la mañana, sin pensar demasiado, en un apartamento cochambroso de un barrio al sur de Bucarest.

El segundo con un cuchillo, una noche buena en Estambul, y al acostarme y apoyar la cabeza en la almohada recordé la noche en el desierto, las dunas, el silencio. Y hasta creo que mastiqué un poco de arena y un escalofrío me arropó por un momento.

El mundo no para, aunque a veces se nos frene la vida. Pero yo volé sobre las nubes antes de aterrizar en Grecia, y la hora de salida fue la de la bienvenida en Atenas. Y allá arriba, sosteniendo el nudo que ahora estaba en mis manos rompí a llorar. 

No puedo explicarte por qué.

En ese espacio de no-tiempo pude ver un leve resplandor de las estrellas que no conté, en aquel camping no muy lejos de Montpellier.

El año iba a acabar, había que quemar el pronóstico de los propósitos y podar la última raíz, que en realidad fue la primera.

Intenté hacerlo yo misma, pero no siempre es fácil deshacer los nudos sola. A veces hay que buscar unas manos que te guíen, unas palabras alentadoras, unos ojos que sin pestañear te digan “venga, pódate”.

Sonaron las campanas, comimos uvas inventadas.

Dos veces. 

Sacudí las alas.

Ya no me roza ningún enredo, no hay ásperas puntas de pelo en la cima de mi cuerpo, ni lianas con la que jugar, tapar el frío del cuello o poner un bigote falso, el moustache más largo que puedas encontrar.

Me despeino los recuerdos, me coso nuevos horizontes en la sombra como Peter Pan, desde el país donde nunca jamás había estado.

Salgo de la crisálida con más de catorce estados de ánimo, y alguna que otra lágrima.

Me quito el peso de los nudos que yo misma fui liando y se me anudan nuevas preguntas a las que todavía no puedo peinar respuestas.

Porque a lo mejor no es momento de hacerlo, si no de mandar al carajo el tiempo y des-nudarse.

Ilustración Henn Kim