domingo, 24 de abril de 2022

BOTONES

 

Hace unos días iba caminando y descubrí que en el suelo había alcantarillas con forma de botones.
 
Irremediablemente, como si fuera un juego, las seguí hasta que llegué a unas escaleras que daban a un sótano con una puerta de color verde botella, donde en un letrero muy simple se podía leer "Botonería".

Como era de esperar, lo que allí encontré fueron botones.

Botones de todos los tipos y algunos que ni si quiera sabía que existían.

Las estanterías llegaban hasta el techo y en ellas había cajas con etiquetas.

Botones de cortinas, camisas, pantalones.

Botones de cohetes espaciales, puertas giratorias, ascensores.

La gente incluso hacía cola para llegar al mostrador. Una de las clientas hablaba por teléfono "No lo sé cariño, aún estoy esperando para recoger el botón del perro".

Pensé que había escuchado mal hasta que en una de las etiquetas de una caja con forma de hueso leí "Botones para perros".

Así que empecé a pensar que quizá todo esto de los botones era importante, e intenté averiguar mientras seguía leyendo etiquetas, en cuáles podrían ser necesarios.

Botón para contar. Quizá estaría bien saber cuántos pelos tenemos en la cabeza, cuántas personas hay en la sala, los días que llevamos vividos, las gotas que hay en nuestro vaso y descifrar el número exacto de la gota que hace colmarlo.

Botón de objetos perdidos. Para resolver la incógnita de dónde se quedaron, aunque ya no sea posible recuperarlos.

Botón de traducción instantánea. Para entender lo que nos dicen sin tener ni idea de la gramática de las palabras.

Botón para disolver el tráfico y andar por la carretera.

El botón para teletransportarse. No necesariamente a lugares como la Torre Eiffel, Times Square o el centro comercial que nos pilla a una hora de camino en transporte público.
 
Llegar a lugares que no sabemos dónde están.
 
Poder viajar en un par de segundos al bar más pequeño del mundo, comprobar qué está pasando ahora mismo en una lavandería de Tailandia, o por absurdo que parezca, volar a donde estés tú, porque a veces no son tanto los sitios, sino las personas al lugar donde tenemos que llegar.

El botón de pausa.

O quizás el botón de los botones.

Supongo que todas las personas estamos llenas de botones. Y como son invisibles no podemos controlar la maquinaria, ni podemos advertir al resto de cuál es el botón que nunca deberían pulsar.
No tenemos un plano de nuestros propios circuitos para saber qué parte está averiada, ni guardamos un libro de instrucciones en el cajón de la mesilla que explique cómo cargarnos las pilas, cómo encendernos o cómo apagarnos.

En esto pensaba cuando de repente me di cuenta de que todo este rato había estado en la cola y ahora era mi turno en el mostrador.

El dependiente me miraba con impaciencia, mientras yo intentaba decidir qué botón pedir. Miraba alrededor, había cientos de etiquetas, necesitaría horas o días para leerlas todas.
 
Entonces, en la estantería de detrás suya vi una caja de color negro. Me fijé en la etiqueta y sabría que tarde o temprano encajaría en algún lado.

Y ese es el botón que tengo en mi mano.

El que tengo que pulsar.

Para que todos los párrafos no sean iguales.

El botón de los puntos finales.