El pollo hastiado lleva una corbata anticuada sobre sus plumas canosas. Ya casi no abre los ojos, ha perdido el interés por cualquier revuelo de su alrededor.
Mientras que el king of the bastards se pavonea por todo el barrio luciendo su pico azul marino y su cresta dorada, sin prestar atención a quien pasa por su lado.
El king of the bastards tiene las piernas largas y flacuchas, sus plumas son espesas y sus abrazos son como esconderse entre algodones y espigas verdes.
Mira a todos desde arriba debido a su altura y sus aires parecen de soberbia, aunque su mayor miedo es que un día alguien vuele hasta sus ojos y le haga una pregunta. Porque el king of the bastards nunca ha hablado con nadie, y todas esas historias que se cuentan sobre él son leyendas e invenciones de otras aves que se aburren demasiado.
El pollo hastiado te daría pena, puede que también ternura, porque anda como tú andas cuando sales de un día nefasto del trabajo, con la derrota abrazada a la espalda y el desconsuelo de saber que aún no es viernes.
Eso pienso cuando dejo colgadas mis patas en la ventana y veo cómo el pollo hastiado y el king of the bastards cruzan por el mismo paso de cebra y ninguno se da cuenta de la existencia del otro.
Y me da la risa y al momento me entran ganas de llorar, por imaginar qué más se estarán perdiendo, o porque no se dan cuenta, o porque intento recordar cuántos pasos de cebra crucé hoy y no soy capaz de dibujar ninguna mirada.
Pero cuando la escena está a punto de terminar, sucede que te veo. Estás justo ahí, en medio del paso de cebra recogiendo una pluma, que bien podría ser de el pollo hastiado como de el king of the bastards.
Y supongo que alzas la voz y preguntas por el dueño, porque ambos se giran a la vez, mirándote a ti, a la pluma y entre ellos. En ese orden.
Así que me da la risa. Y aunque no sea viernes, el hecho de que el pollo hastiado y el king of the bastards se hayan encontrado me consuela como un abrazo de algodones y espigas verdes.