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miércoles, 28 de octubre de 2020

QUIZÁS EN UNA TERRAZA

Trataba de imaginar cómo sería ese día.

Aún era demasiado pronto, pero sabía que sucedería sin darme cuenta. Las cosas cambiarían progresivamente y de repente lo vería claro:

Cerca. 

Tú sin mascarilla. 

Yo sin gel de manos

Oliendo los perfumes a la orilla

fumando unos habanos


Tú comiendo de mi plato.

con ese sol de primavera

Yo haciendo planes de viaje.

sin apagarnos a la espera


Tú rompiendo en la pista el hielo

Yo pidiendo ir al garito ese retro

olvidando los 3 metros sobre el cielo

tú y yo a menos de dos y de un metro


Tú gritando en el estadio.

Yo sin voz tras el concierto.

Cruzando sin límites el extrarradio

sin encontrar ni un lugar desierto.


Tú y yo cerrando los bares

sin toques de queda ni los qué dirán

a pesar de los pesares

brindando por los que no están


Yo "a ver quién escupe más lejos"

Tú "mejor vamos en el cercanías"

Yo "le he dado a los azulejos"

Tú "sin ticket de vuelta, manías"


Y así, de repente.

Con un billete de "ida"

Tú, yo y el resto de la gente.

Sin miedo a la VIDA.




lunes, 27 de febrero de 2017

A DÓNDE VAS CON TU CÁSCARA

A dónde vas con tu cáscara, sácala a pasear por algún bazar. Pide un licor casero para llevar, a una casa que esté lejos de la ciudad.

Entra por la puerta, la ventana, o el tejado. Tira un dardo que apunte al cielo, y que caiga en el pozo donde brotan las flechas, de las presas a las que cupido no pudo alcanzar.

Muerde lo que te duela y saborea el veneno, para descubrir a qué sabe lo que nos hace fuertes. Quizá después, quizá, puedas enseñar a morder.

Flagela a la gris envidia, que congela la luz de una sonrisa. Y si quiere, que entre en ebullición la pena, y se empañen los espejos con falsos reflejos. Quizá después, quizá, aprendas a mirar.

Dibuja una constelación en cualquier espalda, qué importan los lunares, todos tenemos columnas estelares.

Grita después de tus pesadillas, aunque ya hayas despertado, sin saber si el rugido es de felicidad o miedo, porque tal vez el precipicio por el que no llegaste a caer, es exactamente el lugar donde van a parar tus alaridos.

Tira por el retrete las cápsulas y sobres del sufrimiento efervescente. Quema el prospecto de cómo ingerir el odio. Quizá después, quizá, veas morir la tristeza en un equinoccio.

No regales tus miedos, total la ley de la gravedad nos persigue desde que nacemos.

Escucha el susurro que silba cuando algo está a punto de pasar. 

Llénate de cosas que te vacíen.

A dónde vas con tu cáscara. Camina creando, uno no puede volver a seguir sus propios pasos. Nos engañaron, las huellas no sirven para volver, porque todo cambia sin pausa, desde la cascada hasta el meñique de tu pie. Desde la capa de ozono hasta la neurona que te dice que el pescado no te gusta, pasando por el paso de cebra que pisas todos los días.

Ve al bosque, permanece sin hacer ruido, hasta que eschuches unos pájaros conversando a su manera, hasta que una lagartija te confunda con una piedra y suba por tu rodilla, hasta que una nutria pase resoplando a tu lado y te mire con desdén.

Quizá después, quizá, te preguntes a dónde ibas con tu cáscara.


Ilustración Sara Herranz

domingo, 25 de septiembre de 2016

A UN PALMO MÁS CERCA

Mamá Mamut me contó un secreto. Fue un secreto bonito, de esos que se cuentan cerca de una hoguera, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, como si hubiera un lago en cada uno de ellos que estuviera a punto de brotar. De esos secretos que se cuentan a un palmo más cerca que el resto de secretos.

Mamá Mamut me lo contó una noche en pleno otoño. Lo sé porque el bosque donde estábamos vestía colores al óleo, y las hojas del suelo nos servían de sábana para no mancharnos de barro. Y qué bien olía a barro, y a hoguera. Qué bien olía Mamá Mamut mientras me contaba a un palmo más cerca un secreto que ya no puedo recordar.

Yo fumaba un cigarro, no sé qué hora era. Creo que por la mañana, creo que domingo, casi juraría que primavera. No me acuerdo de todo eso, pero sí de que olía a hierba, que el sol me daba en la cara sin hacer daño, y de que él salió a preparar algo en la mesa del porche sin que apenas se le viera.

De vez en cuando me daban las tantas y me pillaba el amanecer de vuelta. Cuando esto pasaba, subía a la montaña, y me sentaba a mirar aquella casa de color celeste.

Era como mirar algo con olor a magdalena. Como un cuento que se ha colado en otra historia.

Incapaz de recordar el secreto de Mamá Mamut, me entretenía imaginando qué hacía ese tipo en la casa celeste.

Era un juego. Un juego tonto para pasar el rato mientras el cielo vuelve a ponerse azul cielo y sabes que no vas a poder dormir.

Ese tipo no podía ser normal. Básicamente porque la gente normal no existe.

Le miraba fijamente, tratando de ver su cara. Entonces se sentó en el porche y buscó un cigarrillo. Me quedé atónita cuando le vi haciéndome señas para ver si tenía fuego.

Se llamaba Fernão, fumaba tabaco aromático y su mirada era de esas que parecen guardar un montón de secretos de los que se cuentan cerca de una hoguera, a un palmo más cerca que el resto de secretos.

Me dijo que él no vivía allí, le cuidaba la casa a los dueños por temporadas. Yo notaba que Fernão no era un tipo normal. Confundía palabras, no sabía describir otras, a veces apartaba la mirada y volvía a mirarme como si yo hubiera aparecido de repente. Se callaba, y eso no me gustaba, porque estaba como ausente. Me dijo que tenía miedo, pero no supo explicarme el por qué. Miedo de ser una H, decía.

Pasé un tiempo fuera. Cuando regresé, y volvían a darme las tantas, me sentaba a mirar la casa de color celeste esperando que Fernão apareciera. No sé por qué pasa, pero a veces echamos de menos las cosas que nunca hemos llegado a tener, sentimos nostalgia de momentos que no hemos llegado a vivir, de personas que no hemos llegado a conocer.

Un día, me atreví a llamar al timbre de la casa de color celeste. Nadie contestaba. Un vecino se acercó y me preguntó si quería algo.

Le expliqué que buscaba a Fernão, un tipo que no era normal, que cuidaba la casa a los dueños por temporadas.

- Ay menina, él murió.

En ese momento sentí que todo, incluso la casa de color celeste, se volvía gris.

- Sinto muito.

El vecino me explicó que Fernão era el dueño de la casa, y que tenía Alzheimer.

Pasé mucho tiempo sin volver por allí. Cuando lo hice, la casa de color celeste estaba descascarillándose. Me parecía absurdo pensar que aquel lugar pudiera oler a magdalenas.

Yo fumaba un cigarro, intentando recordar el secreto de Mamá Mamut. Y tenía miedo de haberlo olvidado para siempre. Miedo de ser una H, muda, un ruido invisible, de apartar la mirada, de estar callada, como ausente.

 
Sintra, Clara Quintana