No sé nada del mundo. No
sé cómo se creó, ni el porqué de las guerras, ni cuántas guerras, ni qué
sistema, o qué estafa, ni qué derechos, ni qué pasa con las tierras robadas, ni
con las explotadas, ni con el dinero, ni la ley del suelo, no sé qué leyes ni
cuántas, ni ese escritor o escritora, ni cuántas teorías, ni avances en
tecnología, ni idiomas, ni qué medicina, ni en qué oficina, ni cuántos océanos,
ni qué sucedáneos, ni cuánto daño, ni qué ocho cuartos, ni qué película, ni qué
cuadro, ni qué puñetazo, ni qué nave, ni qué fecha, ni cuántos números, ni
cuántas letras, ni cuántas especies, ni cuántos pies, ni piedras, ni iglesias,
ni qué sustancia.
Pero no sé, si me tiras
de la esencia igual algo podemos sacar, sin tener que absorber la de nadie,
pues no nací para ser garrapata, aunque a veces meta la pata con otras pieles.
Que no, no tengo casa,
pero sí un techo por donde las nubes cabalgan y caen en plancha sobre el mar,
sin dramas ni tormentas.
Que a veces me da por
imaginar que enciendo la televisión y algo cambia. Porque me araña las entrañas
que se mande todo al carajo, prefiero que en el primer telediario anuncien que
somos escarabajos que hurgan dentro de sí, y sacan las tristezas a secar al sol
que no siempre cae en lunes.
Que todas las veletas
acaben en el vertedero porque nos dimos cuenta de que las direcciones no
importaban.
Que desalojen los malos
humos, en vez de a los genios, que andan por ahí desorientados dejando lámparas
vacías y disecando sueños.
Y en la pausa del
intermedio que tan solo se encienda una sonrisa. Sonrisas de lana, de esas que
abrigan.
Que en la mesa siempre
haya cerveza para que fermenten las miradas, que las mentes no enfermen y no
haya que perder la cabeza sino encontrarla ¿Y por qué no? que a los del mal
humor les salga moho en la espalda.
Y a ti que te salga una
flor del bolsillo trasero del lado derecho del pantalón. Y te crezcan
horizontes mientras duermes, que yo tengo en la despensa un montón de caminos
en conserva.
Y tener una conversación
de besugos pedante. Hablar de las rodillas, por ejemplo, decir que tienen
poderes, que son calvas con tres pelos, que se sonrojan cuando las rozan unos
vaqueros, que se mueren por saber qué hay más arriba. Hablar de ti aunque sea
mentira. De mí, aunque sea cierto.
Que no nos bailen el
agua, que nos bailen el viento. Y que las cenizas vayan donde quieran, a
esconderse en una madriguera, a adornar otro paisaje, a la punta de un tejado,
bajo la higuera de un bosque salvaje, en donde quiera que se cumplan los sueños
olvidados.