Aisha tiene un puñado de años. Vive en una casa muy estrecha
y alta. En su salón habita un ciervo que no parece querer irse. Aisha está un
poco cansada de él, es antipático y su cornamenta, que parece un gran árbol
está empezando a arañar el techo.
Como por su casa, pasa Pedro el babuino que se viste en las
buenas horas con mangas verdes, hechas con musgo de las mejillas de los árboles
que apuntan al norte. A veces también se viste de seda, y con cara de babuino
se queda, mientras rebusca cosas entre alas de mariposas que fueron a parar
desorientadas como los burros del garaje, al salón de Aisha.
Una mañana, Aisha se levanta de su cochambrosa cama que
fabricó pegando con saliva, astillas de un tal palo y laureles donde siempre
solía quedarse dormida.
Está…no sabe cómo está. Está ni fa ni fu.
Va hacia el salón. Sorprende a dos ardillas haciéndose la
pelota, y así, hechas un ovillo se lanzan por la ventana.
Aisha se queda quieta.
“¿Qué pasa aquí?”
»Muchas nueces y poco ruido. Qué extraño.
De repente se da cuenta. El ciervo no está. Se ha marchado.
Aisha debería estar contenta, pero en vez de eso se queda
quieta y se olvida de respirar.
Se desmaya.
Cuando despierta está tumbada sobre su alfombra de oveja negra,
nota algo frío en la sien. Es un tornillo.
Se levanta. Descalza, en camisón y como hipnotizada comienza
a caminar, sale de casa y se interna en el bosque.
Aisha siempre consigue lo que sigue, pero ahora no está
segura de qué está siguiendo.
Empieza a llover. El agua se la hace boca entre los dedos y
le besa con la tierra en los pies. Lluvia con gusto no salpica.
Cruza un río en el que dos cocodrilos con cara triste se
miran entre sí, sin que ella pueda adivinar si son lágrimas o gotas de lluvia lo
que rueda por sus escamas.
Ella no está triste. Tiene buena cara, y de repente, al ten
ten, ese “mal tiempo” se para.
Aisha llega a un claro del bosque y allí se encuentra con el
ciervo.
Está quieto mirándola. Ella está…está allí sonriendo al
animal que ayer mismo le resultaba tan antipático. Pensando que a lo mejor es
hora de irse con la música a ninguna parte, dejar de ser tan quistimiquis.
Que de remate, está loca, eso está más claro que el viento,
que lo hecho habita en el pecho, que no hay bien que por ciervo no venga, y que
quizás la esperanza no es lo último que se pierde, sino lo primero que se
encuentra.
Nota:
Hay quien dice que la historia de Aisha es una invención.
Otros dicen que sufría una enfermedad mental y que el ciervo
era en realidad uno de los responsables del centro psiquiátrico donde pasó toda
su vida.
Algunos aseguran haberla visto cerca de los claros del
bosque, con un camisón raído, teñido de verde, mientras caminaba junto a un
ciervo sonriendo.
Otros bromean y dicen que “todos somos Aisha”.
Y luego hay un puñado de personas, que tras abandonar todo
aquello que no les llenaba, tras caminar por sendas desconocidas, atravesar
ríos con cocodrilos y dejar que la lluvia les besara, han ido a parar a un
claro de un bosque, siempre a un claro del bosque, donde han sentido un abrazo
tranquilizador y la mirada protectora y guía de algo inmenso, algo así como un
ciervo con una cornamenta enorme.
Lo más curioso es que este puñado de personas coincide en
sus testimonios al afirmar que tras abandonar el claro del bosque, todos, en
sus respectivos bolsillos, encontraron un tornillo.
Light the Cigarette Together
Yo creo que Aisha, vive en todos nosotros, a veces la sentimos y a veces la escondemos pero siempre va con nosotros.
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