- ¿Y qué vas a hacer ahora?
- No sé, hace días que no duermo, supongo que escribir.
Usted me dijo que lo hiciera. Usted me dijo muchas cosas. Siempre lo hace. Después,
cuando yo hablo, usted se calla. Imagino que es porque habita en el silencio y
allí no se puede escuchar nada, o justamente eso es lo único que se oye.
Usted quiere una isla griega, donde tener una casita blanca
cerca de alguna cueva, o mejor, dice, tener una cuevita, donde no cueste respirar y la crisis sea una leyenda
que la gente comienza a olvidar. Así, todo muy de azul y muy de blanco, todos
muy morenos sin matarnos al Sol. Viendo a lo lejos, algún velerito de verdad o
de mentira, de madera o de nube.
Usted quiere esa isla griega porque además la necesita. Yo
también. Si no cualquier día mando todo esto que a veces es nada, al carajo y vuelvo
a morir. Y volver a morir es terrible. Es terrible porque sientes un goteo de
aceite en la cabeza, toda la suciedad se pega al cuerpo, y el agua no parece
lavar, por aquello de que apenas se mezcla con el aceite. Y el cráneo se erosiona.
Por eso necesito la isla griega, la cuevita, el azul, el blanco, el velero.
Necesito todo eso porque es un escudo que no daña el cerebro, que lo hace
respirar y olvidarse de la resaca del mundo.
Hace días que no duermo, y cuando esto pasa las náuseas se
acomodan. Se instalan sin pagar alquiler.
Pasamos por Parque Lisboa, pero allí no hay nada de Lisboa.
Y yo no quiero ser una cremallera rota, aunque a veces sea necesario romper con
todo. No quiero tener que necesitar el frío, ni tener que salir huyendo de un
vagón porque la claustrofobia de mi propio cuerpo me llena de vahídos.
Usted me dice que me tome unas cervezas, pero ya no me hacen
flotar. Añaden un clavo más a mis suelas, se alían con la gravedad, esa fuerza
que no es grave, pero nos hace caer.
De todas formas, las piedras no tienen la culpa. Son estos
ojos que pueden pero no quieren ver, esta mirada jubilada que grita con
subtítulos a pupilas que no saben leer.
Hace días que no puedo dormir, y los vagones se convierten
en transporte de jorobas. El tacto por sorpresa está en peligro de extinción. Como
los teléfonos con cable, los susurros, o los “no tengo prisa”.
Usted me dice que vaya rápido, que la vida son un par de
gritos y cuando toca un corte de digestión o de respiración. Pero yo prefiero
moverme y contemplar, mecerme en un dulce balanceo entro lo uno y lo otro. Aún
no deseo la estabilidad, aunque a veces juegue a ser estatua que tatúa
silencios en una ciudad donde nadie se para a escuchar.
Hace días que no duermo y usted me repite que el camino
siempre es hacia adelante, y yo le digo que eso es cierto, porque para qué
andar hacia atrás.
Pero salto de un escenario a otro, y en el recuerdo voy y vuelvo.
Y justo cuando pienso en que quiero dormir y no puedo…
Voy y despierto.
El dulce balanceo entre el dormir y el despertar, la estabilidad que proporcionan los pensamientos y las acciones establecidas...las ganas de romper con todo!!!
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