Walt
despertó al escuchar un ruido, como si alguien hubiese dado un golpe seco en
una superficie de madera.
Se
levantó de la cama, corrió las cortinas y observó desde un plano en picado la
ciudad. Los tiempos habían cambiado. Walt lo sabía. Su mundo había decaído y él
tenía que hacer algo.
Mufasa
murió y ahora Simba estaba pensando en abdicar. Según el abogado Mowgli, poseía
todos los derechos de abandonar a su manada, por lo visto ese ciclo sin fin sí
que tenía un final.
<<Esto
está mal>> pensaba Walt. Encendía la radio y todo eran malas noticias,
genios sufriendo el desalojo de sus lámparas, Ariel, Nemo y los demás puestos
en cuarentena por intoxicación de vertidos ilegales en el mar, Mery Poppins encarcelada
por tráfico de drogas con ese poco de azúcar.
»Quizás
sea mejor darse por vencido, meterme en el congelador y esperar a que pasen un
par de décadas.
Estoy
harto. No es justo, son todos unos desagradecidos, yo les di una historia, les
presté un final feliz. Lo han estropeado, les abofetearía a todos, merecen
sufrir.
Decidido,
Walt salió de casa. Sus pasos eran zancadas de ira, decepción, traspiés de
cuándos, de porqués.
Intentaba
recordar cómo era posible aquel salto de eje mientras sentía la sensación de
que un gran ojo le perseguía, dispuesto a ser testigo de cada uno de sus
movimientos.
Se
cruzó con varios transeúntes, allí estaba Peter el pederasta, los aristogatos
rebuscando en un contenedor mientras se peleaban con los tres de los 101 dálmatas
que quedaban, Alicia en una esquina, mendigando un trozo de algún hongo que la
hiciera crecer, aunque eso ya fuera imposible tras haberse consumido en el país
de las toxicomanías.
Walt
quería escupirles, escupirles con palabras que borraran aquello en lo que se
habían convertido, prender los negativos, apagar la luz.
Salió
de las callejuelas y cruzó el puente que unía el castillo con el resto de la
ciudad. Aquello se había convertido en un burdel donde las princesas ofrecían
sus cuerpos a magos, piratas, y robots.
Walt
entró en una sala concurrida, subió de un salto en una mesa que rodeaban los
siete enanitos, dio una patada a lo que parecía un elefante estofado con orejas
enormes haciendo que el paquidermo volara y paralizara a todos los presentes.
Se hizo el silencio. Walt se vio alumbrado por una luz perpendicular y sacó una
pistola apuntando al techo.
<<Es
hora de poner fin a todo esto>> dijo, y disparó haciendo tambalear una
lámpara de araña.
Estaba
sudando, sus ojos escrutaban todas las miradas intentando decidir quién sería
el primero. Fue entonces cuando alguien gritó
¡Corten!
Leerte es un placer.
ResponderEliminarBuenísimo.
¡Hasta el sombrerero más loco y estrafalario se quitaría el sombrero ante tal relato!
ResponderEliminarTouché.
I'm feeling!
Hemos crecido viendo esas películas decenas de veces, tardes y tardes de palomitas con Disney. El recuerdo de todas ellas hilvanadas en el texto hacen, que a la vez que leo me asalten las escenas...
ResponderEliminar¡Me ha gustado mucho cómo has introducido a los personajes en la sociedad actual! La comparación de "la píldora" de Mary Poppins ya la había oído, pero ¡me ha encantado Alicia mendigando por un hongo que le haga crecer!
ResponderEliminarMaría.